viernes, 26 de octubre de 2012

Intra natal. (Cuento)


Miraba para abajo, taciturna. Se acomodaba sus desbordantes senos dentro del vestido. El escote dejaba ver sus pechos de embarazada. Creía dejar al resguardo sus exuberantes carnes, pero sólo lograba llamar la atención de los hombres que pasaban. Cada uno que pasaba por allí la miraban jadeante, exhaustos de deseo.
Su vientre, esférico y en punta, vislumbraban una futura y enérgica vida. El vestido sí cubría ese bulto. El vestido sí sentía vergüenza y pudor de esa montaña de vísceras.
Jugaba tiernamente con su mano. Acariciaba una mano con la otra, tornándose cada vez en un movimiento más nervioso – el cual era acompañado, también, por su pie.
Miró la hora, y se dio cuenta que el neonatólogo estaba tardando demasiado. Se puso nerviosa. De un momento a otro, su estómago comenzó a temblar. Su vista se nubló. De repente el espacio se transformó en una sala de tonalidad rojiza. Colgaban del techo tubos de un color aún más oscuro. Sentía una opresión húmeda y perturbadora en el pecho. Ya no se sentía persona: no se sentía mujer, ni se sentía capaz de hilvanar una sola idea. Sus entrañas estaban buscando la libertad hacia el mundo exterior, mientras ella se encontraba alojada en su propio vientre.
Dolor, angustia, sangre, muerte, vida, resurrección, pasajes, iluminación, oscuridad. Un orificio de luz se abrió. Un orificio del cual provenían gritos, y llantos, le dio paso a la esperanza. Se sentía atraída hacia él. Se generó presión en su cabeza, mientras salía de aquél sitio. Aquella sensación pasó por todo su cuerpo hasta que finalmente salió al exterior (al menos, ella lo interpretaba como tal).
Se había dado a luz. Dio a luz. Se dieron a luz.
Fue el natalicio del natalicio, de las que se dieron natalicio. 

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