martes, 19 de mayo de 2020

Tres fotografías


Los paisajes se ven por la ventana. Una premisa poderosa para pegar una foto en ella. La foto de un recuerdo, de un paisaje, de una vista. Una foto coloreada por los años – coloreada, de hecho, en sus años – con una leve capa violacia, opaca, algo desteñida. No hay registros de la palabra “kodak” por todos lados como en muchas de las fotos que guardo en mi cajón. En el mar violacio de la foto se distingue una gama de colores de una modesta selección. Lo mínimo e indispensable para entender que era el estacionamiento de autos del Barrio Piedrabuena que se veía por la ventana de mi hermana. En el verde se ve el pasto que recubre la vereda, cercada por unos cuantos palos rojos unidos por una endeble soga. Esto representa un octavo de la parte inferior de la foto. Si se sigue subiendo la mirada se pueden ver cinco autos antiguos, con mucho olor a noventismo y menemismo. Dos personas caminan por entre medio de dos de los primeros autos. Una mujer de blusa blanca y un jean de tiro alto, una melena savage. La sigue detrás un hombre con una camisa bordo y un vaquero. Pareciera como si corrieran huyendo de la foto o de la vista de alguien desde la ventana de la habitación de mi casa. Vuela una bolsa de plástico cerca de ellos. Si sigue subiendo, un hombre camina con una camisa azul con una raya blanca abajo de las axilas y un pantalón blanco. Si se sigue subiendo la mirada hay una mujer haciendo sus compras con una bolsa de plástico blanca, un camisón que de blanco pasó a violacio, con caderas anchas, la cabeza pequeña, con un caminar de abuela. Y lo que ocupa la mitad de la foto: edificios, edificios mal edificados, mal construidos, sin final de obra, en peligro, con parches de cemento, con parches blancos como de grietas, con escaleras al aire y otras con vergüenza ocultas, con ventanas, con muchas ventanas que dan a mi ventana, que dan a mi cámara, que dan a la misma abuela que camina con desdén y que ven el verde que yo veo pero en la parte superior y no en la parte inferior.

No todas las fotos se pueden pegar en la ventana. Las paradojas espacio-temporales tienen su límite. Los detalles guardan un gran valor. No sucede lo mismo con los excesos – sobre todo los noventistas y menemistas.

Busco por el barrio otra fotografía. La busco en mi cajón. En las que hay tiras enteras de la palabra “kodak” por doquier. Me encuentro a mí. Rubio, delgado, con uniforme que va de mi cuello hasta mis pies de color verde oscuro, el pelo cortado en forma de taza, una sonrisa que abarca gran parte de mi rostro, las orejas grandes, los ojos achinados, con sombras en cada concavidad, las manos abrazadas al poste de la parada de colectivo, no se ve fuerza en el impulso de agarrar al poste sino tan sólo un depósito de mi carne sobre el metal, las piernas cruzadas como una señorita y el cuerpo ladeado para el lado donde las manos agarran el poste. Arriba de mi cabeza un cartel amarillo con letras gastadas y pintadas como si hubiera sido con aerosol y radiografía: “G.C.B.A – Actividades industriales”. Detrás de mí, todo el resto: arboles sin hojas por el otoño, una plaza de poco juegos y mucho alambre, partes de la vereda con pasto y otras partes con el pasto volado de un puñetazo sobre la tierra, el colectivo línea 50 que eran de los pocos en entrar al barrio, un supermercado que al año siguiente o el año anterior fue saqueado por el hambre, y los edificios. Edificios sin edificar, sin terminar, con grietas blancas a su alrededor.

No sólo me subía a postes de paradas de colectivos – de los pocos que paraban por el barrio, quiero insistir, porque quiero que quede retratado mi problema de circulación – sino también a los brazos de mi madre. Y no sólo en mi barrio. También en una Iglesia Evangélica en medio de Palermo.

Al borde de la foto, de otra foto de mi cajón en las que dice muchas veces la palabra “kodak”, aparece un hombre cortado. Sólo un tercio de él. Sólo un tercio le bastó para salir en la foto. Un señor panzón. Con entradas, con ojos grandes, con una sonrisa falsa, con bigotes que no paran de hablar del noventismo y el menemismo, una corbata, un traje. Lo que se notaba que no era un atuendo circunstancial, sino el conjunto de su ropero. Mi madre. Con un saco beige, una polera beige, el pelo corto. Mucha papada y rosasea. Y yo. Abrazado a ella. Sonriendo y mirando al angulo superior izquierdo. No sabía sonreír.




martes, 12 de mayo de 2020

Presunción


¿Te crees importante, Josefina? Mirá, yo entiendo que vos tenes que ocuparte de un caso en este momento. Pero en estos tiempos pandémicos, encuarentenados, distorsionados, también tenemos que comer. Yo sé que nos metió el trabajo, el estudio y la familia en la casa. Puedo ver hasta el último apunte que te circula por la cabeza. Puedo ver hasta el ultimo sello notarial dándote vueltas en la mano. Puedo ver la pelea de ayer con tu novio en la boca. Pero ahora: tenemos que comer.

Si fuera por mí pediría comida a domicilio. ¿Pero vos me entendés que se me hace un nudo moral en el pecho? Porque más que propina, no sé, hay que darles un sueldo y una prepaga. Que ni yo tengo. Y que si me tuviera que casar con un amigo para tener una lo más que llego es a OSECAC. Que tiene 2 millones de afiliados. Siempre te dicen eso en la grabación. ¿Cómo atienden 2 millones y encima en una pandemia? No sé, Josefina, me hacés meter en temas de bioética, deontología y cosas que no sé. Así que no lo único que nos queda es cocinar. Porque sino vamos a tener las defensas bajas. Y a la calle no podemos salir, porque si las defensas bajan… Deben bajar hasta ahí, ¿no? Y ahi es donde ellas se contagian, ¿no?

Me ponés la cabeza como un laberinto. Yo lo único que te quería pedir es que me ayudes con la cocina. Si querés meté tu caso en la olla y lo cocinamos. Lo firmamos todos y lo sellamos a la plancha.

El tema es que vos pensás que te boludeo. O que soy un cabrón. Pero soy sólo un muchacho con una cuchara de madera en la mano y condimentos en la otra. Capaz se me metió la pimienta por los poros y quedé picante. No picante tipo sexting, sino picante de malhumorado, ni esa recomendación del Gobierno quise seguir. Así que, por favor, sabe entender la situación, y ayudame a cocinar.

No sé. Te veo negada a tus necesidades básicas, Jose. Cuando vas al baño siento que queda olor a amparos, fallos y juicios. Pero, ¿sabes qué? Voy a aplicar el principio de presunción. Voy a pensar que no lo haces de mala. No, en serio. En serio. Sinceramente, voy a pensar que lo que hacés, es porque se te quedó pegada una lapicera a los ojos y un papel a la mano. Que lo hacés porque es tu trabajo, y bueno, tan solo eso. Es tu trabajo. ¿O es por coacción? Decime que no. Perdón, me pongo un poco paranoico.

Josefina. Perdón. Se me quemó todo mientras te respondía.