jueves, 4 de diciembre de 2014

doble careta



Se frota la pija. Hola, buen día. Se la pasa por la cara. Un café, por favor. Dale, putita, dale. Y tres sobres de azúcar. Mira qué grande que la tengo. Disculpa, no me daban más el azúcar. Uh, pero como te acabo toda, hermosa. ¿En dónde nos habíamos quedado?. Ya vengo, voy a fumar un pucho, bebé. Ah, sí, en Arquímedes.

jueves, 20 de marzo de 2014

Un pequeño giro

Hoy las cosas se han vuelto toscas, el viento es bruto cuando golpea contra las paredes de los vagones, y solidario con lo que deja entrar por mis fosas nasales. No es poco decir. Son fosas nasales gigantes. Un onitorrinco, o un cerdo me acusarían de plagio; o se burlarían, en el peor de los casos.

Voy leyendo, con varias interrupciones parar mirar por la ventanilla, un libro de Sallinger que compré en una oferta, cerca de Primera Junta. Las páginas amarillentas, los pensamientos desbordados que me sugieren los vidrios sucios, y aquellos arboles pasar a altas velocidades; me llevan a otro mundo, otro sentir, otro vehemente viaje por senderos que no llevan ni andenes, ni furgones, ni el terrible olor de los mal cuidados transportes públicos…

Me doy vuelta, y con mi cuello, giran mis realidades. Una señora amamantando a su hijo, una persona con ropas precarias dándole un valor desmesurado y pasional a su pedazo de pan que guarda con celos, un hombre con traje esperando que se vea casual cuando se agache para tomar un poco de cocaína. La señora del asiento de atrás, mientras desabrocha a su niño de su seno, me pregunta cuánto falta para llegar a la última estación. No le supe responder. Creo que se ofendió un poco, de hecho.

La última estación… depende la última de qué, para quién, de qué momento hablemos. Mi última estación es siempre en la que el tren deja de funcionar. Sólo esa me interesa. Porque termine donde termine, yo bajaré allí, sin saber cuál sea. No es un pecado no tener un propósito, un fin, un objetivo, un pensamiento acabado de qué mierda voy a hacer cuando me baje del tren. No la culpo a la señora. Ya desde el momento de ver su cabello, supe que no podía pretender de ella ninguna pregunta de buen gusto, ni una idea general de cómo puede ser la vida del resto, del otro, la mía. Está bien, ella debió esperar una respuesta como “Oh, sí, la última estación es…”. Hm. Está bien, ella esperaba que yo me hubiera tomado ese tren, porque yo sabía el camino del mismo. Qué fácil. Qué básico.

Volvió  a preguntarme si al menos sabía por dónde estábamos. ¿Y si la abrazo? ¿Y si le lloro? ¿Y si le digo que solo quiero viajar, llorar, y leer? ¿Y si le digo que nada es tan terrible? ¿Y si le digo que todo es un viaje? ¿Si le digo que girando el cuello, giran las realidades, que mutan, que se transforman, que cambian, que te sumergen? ¿Y si le pido, y si le pido que me gire el cuello? ¿Si le pido que me gire el cuello abrazándome, abrazándome y diciéndome ella misma dónde estoy? Que le pregunte a otro. Que lo haga, y que vuelva. Que vuelva y me abrace. Que luego me gire el cuello…


El niño, su niño, se desprende de su seno una vez más. Se acurruca en sus pechos. Ella lo abraza, y acuna. Sólo me devolvió una pequeña sonrisa. Casi creo en su empatía, y todo. Pero volvió a su lugar, a mirar por su ventanilla. Ella no puede ni girar su propio cuello.

domingo, 9 de febrero de 2014

Vanalidad

¿Estoy bien ahí? ¿Me enfoca esto? Claro. La cámara me va a contestar, seguramente. Yo creo que no filma nada. Y... si la compré a cuarenta mangos en una subasta por Parque Centenario. Está bien que no funcione. El boludo soy yo, que la compré estando toda rota y con un sticker de Kitty. Qué pegatina más detestable.
Bueno, no. No filma. Ya está. Se entendió.

¡Pero qué frío que hace! Cierro la ventana. Entra un chiflete de la San Puta... Siempre falta una para el peso. Siempre le digo a el viejo que prenda la estuf-...¿Que es esto? Ay, se volcó la bebida en el piso. Emilio siempre deja el vaso apoyado en el piso. Pero yo digo, ¿este chico no piensa madurar más? Quiero mi pieza propia. Quiero mi piso propio. Quiero... ¡quiero que la cámara funcione! Así tengo pruebas y la vieja finalmente lo reta.

Me voy afuera. Saco el último pucho del atado (el de la suerte, para llamar al amor de tu vida... a tu vida). Siempre se siente más rico que el resto este cigarro... ¿Será que es porque me estoy fumando mi suerte? Me la fumo pero no tiene mucho efecto, les comento... Bueno, quizá sí. El de la casa de videos ayer me miró cariñosamente. Lástima que su pelo graso y sus rasgos provenientes de una pubertad tardía no me llamen la atención.

Entro. La cámara sigue en el mismo lugar de antes. La prendo (¿la prendo?). "Hola, bueno... me llamo Joaco y... nada. Es estúpido. No anda. No anda y yo le estoy hablando a la nada.". Luego de sentirme patético hablándole a un objeto con una lente (un tanto manchada, por cierto), entendí que si filmaba o no, no era en fin el verdadero objetivo... lo único que necesitaba era hablar:

"Ana... si te contara, Ana, Anita..Días, días sin poder dejar de pensar. Pienso que me voy a enfermar, que voy a estar sólo para siempre, que mi mama sospecha sobre ciertas cosas, que el cigarrillo me va a matar de la noche a la mañana... Ay, Ana. Pienso, y no paro de pensar. Pero, ¿a vos te parece? Ningún pensamiento es lindo. Ninguno. Y yo me vendo como alguien de paz y amor... Bah, me vendo. Me compran. Yo nunca me promocioné (o tal vez sí, pero sólo estoy dispuesto a transmitírselo a los demás, quizá). 
Acoplado bajo un mar de baja autoestima, y un océano de malos pensamientos, mi vida se volvió un caos. Todo me parece inmanejable. No le encuentro el manual de instrucciones ni para hacer un huevo frito ya... Mi cuerpo no es lo que yo quiero. Mi alma casi que sí. Mi cerebro ya ni lo entiendo. Mi sonrisa perdura. No entiende ella... pobre... sigue activada en algún recóndito lugar de mi psiquis... La quiero. A ella la quiero un poco. La sonrisa que tengo, se la quiera o no, sigue ahí. Es raro que se me borre. Como, también, es raro verme enojado. Es lamentable la gente que así me conoce, porque mira que mi sonrisa batalla contra viento y marea para que no se despierte ese gran gigante malhu-..." En eso entra Emilio. Me mira. Se rie. Claramente, estuvo espiando un poco mi pequeña situación  antes de irrumpir en la habitación. Deja un vaso apoyado en el piso, inconcientemente, eh, no es algo que haga a propósito... y se va, dando un pequeño golpe en la pared, casi en el marco de la puerta.

Yo sé que Emilio no es un hijo de puta, porque sino seríamos hijos de la misma puta, y a mi no me conviene. A mi vieja tampoco, digamos. No la deja en un muy buen lugar. Pero este chico... este chico sabe como enervarte, es tan claro su resentimiento con esta vida que no le dio la bienvenida, que de a poco, día a día, vanalidad a vanalidad... va tratando de contagiarte aquella misma obsesión por encontrar cada pequeña cosa en la vida que no pediste, y que te la cagó.

Por la ventana se escucha una lluvia horrible. Caen pequeñas gotas a través de las hendijas de la misma, resbalándose, cayéndose al final de la pared, detonando el ruido de la calle que guarda en su interior. Por la suave espalda de una gota que cae encima de un libro, se posa una pequeña mosca. La absorve. La joroba del camello acuático, ahora tiene en ella una reserva de... moscas. Me resguardo entre mi música francesa bajada por internet, algunas cartas de viejos amigos, y la divagación visual que me produce mirar una y otra vez el mismo disco de vinilo de Yellow Submarine, mientras escucho el minuto de 3:01 de Je Veux...